Diego Calderón | analisis@arcol.org
La palabra y la acción “política” suscitan, entre no pocas personas, actitudes de menosprecio y rechazo por esta praxis y por sus representantes. Gran parte de los “prejuicios políticos” se alimentan y consolidan ante el fenómeno de la corrupción política.
Está claro que la corrupción no es un problema nuevo pero actualmente se ha convertido en un fenómeno relevante a nivel mundial a causa del proceso de globalización.
El subdesarrollo y la pobreza extrema de países ricos en recursos naturales, los escándalos de enriquecimientos ilícitos, los paraísos fiscales, el desvío de fondos públicos para usos ilegítimos, las malas gestiones en las políticas sociales y las injusticias, son algunas de las manifestaciones que confirman el problema de la corrupción política.
En consecuencia, el fenómeno de la corrupción política produce graves daños materiales e imposibilita el crecimiento económico de un país. Por otro lado, la corrupción impide la promoción de la persona humana ya que la instrumentaliza para conseguir intereses egoístas y disminuye los bienes básicos para su desarrollo. También paraliza la realización del bien común porque se le opone con criterios individualistas e intereses ilícitos.
En la lucha contra el problema de la corrupción política nos podemos preguntar por la necesidad de reforzar y aumentar los sistemas de control y transparencia, por penalizar y juzgar severamente y con mayor rigidez las acciones corruptas, por la importancia de que las responsabilidades de los hechos ilícitos salgan a la luz pública, pero ¿cómo impedir o asegurar que los mismos mecanismos de control estén libres del fenómeno de la corrupción?
Indudablemente los métodos de control y supervisión pueden ayudar a contrarrestar la corrupción pero no llegan a la raíz profunda del problema porque los comportamientos corruptos son la consecuencia de una conciencia moral deformada. Por lo tanto, el fenómeno de la corrupción política es un problema que atañe directamente a la formación de la conciencia moral de la persona humana en su comportamiento personal y colectivo.
Atacar la raíz de la corrupción política significa apostar por la educación, por los rasgos virtuosos del hombre y la formación moral de los ciudadanos. Desde esta perspectiva, si la familia no cumple con su tarea educativa, si las leyes van en contra de la misma dignidad humana –como aquellas contra la vida–, si se debilita la moral básica, si se degradan las condiciones de vida y si en la escuela no se educa a los ciudadanos sobre el bien, no se puede garantizar una auténtica lucha contra la corrupción.
En conclusión, los grandes principios que están a la base de la educación ciudadana en la lucha contra corrupción política son la dignidad de la persona humana, el bien común, la solidaridad, la opción preferencial por los pobres y el destino universal de los bienes.
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