de Paco Bono, el Domingo, 05 de diciembre de 2010 a las 9:42
Casualidades de la vida, el autor de este texto comienza a redactar el mismo al ritmo del “coche de papá” de los payasos de la tele. Miliki canta y mi pequeña de siete meses se ríe mientras muerde con sus cuatro dientes un patito amarillo. Y es que el coche ha supuesto hoy una de las vías de escape para muchos de los cientos de miles de viajeros atrapados en los aeropuertos de las taifas españolas. El gobierno ha proclamado por boca de su presidente de facto, Alfredo Pérez Rubalcaba, el estado de emergencia. Emergencia nacional, como diría Hugo Chávez, que España se ha mostrado ante el mundo como lo que es: una república monárquica y bananera.
Pero no debemos caer en la trampa de criminalizar exclusivamente a los operadores aéreos, que si bien han actuado de forma salvaje, colapsando todo un país, han emprendido también la primera gran rebelión contra un gobierno que hace aguas en todos sus frentes abiertos, demasiados. Los damnificados vuelven a sus casas o pernoctan en las terminales de los aeropuertos. Los damnificados, pensarán muchos, privilegiados que pueden permitirse el lujo de viajar al extranjero durante la mayor crisis económica que atraviesa el país desde la Guerra Civil. Por lo que, siendo injustificable la actitud de los controladores, no sin solidarizarme antes con quienes, reitero, se han visto víctimas de semejante golpe de Estado aéreo, no es menos cierto que, como bien apuntaba un oyente de Intereconomía TV, con este hecho se ha dignificado a los millones de afectados por las fechorías de un gobierno socialista de radicales lamentables. Desgraciadamente, los cinco millones de parados españoles no podrían en ningún caso poner en jaque al gobierno, atrapados como están en sus propias miserias. Si los sindicatos callan bajo el silencio de las subvenciones gubernamentales, si el Partido Popular calla bajo las barbas de Rajoy, quien afirma “no querer establecer juicios de valor ante el mayor golpe desde el 14-F”, si los políticos viven embriagados en su limbo de salarios perpetuos, de pensiones astronómicas, de sueldos directos e indirectos, ¿cómo consentir que se demonice un sector como el de los controladores y no a los incompetentes que no han sabido prever y evitar este percance? Porque, como dice el refrán, cuando el dedo apunta a la luna, el tonto mira el dedo.
El gobierno de Zapatero inició esta guerra bajo el mando del general Pepiño. El gobierno Zapatero ha actuado con grave irresponsabilidad en un asunto que no debería haber salido nunca a la luz tal y como se planteó. Pepe Blanco lanzó la opinión pública contra los controladores cuando difundió sus salarios y “privilegios”. Ahora los controladores han devuelto el golpe al gobierno. Los ciudadanos no son tontos. Zapatero sabía perfectamente que esto iba a ocurrir. Si no, ¿cómo no acudió a la cumbre iberoamericana?, ¿cómo osa aprobar tal decreto ley en la víspera del mayor puente del año? Porque conocía que el hecho era inevitable. Tal vez, esta sea otra jugada maestra del gobierno para alzar la espada contra un gremio tan denostado en los últimos meses y distraer así la atención ante las otras medidas aprobadas este viernes en el consejo de ministros, como, por ejemplo, la retirada del subsidio de 420 euros para los parados de larga duración.
Si llevamos dos años de crisis económica salvaje y seis de políticas salvajes, debemos reflexionar ante lo acontecido hoy como un golpe de realidad para todos los ciudadanos españoles, principalmente, aquellos privilegiados que, como decía, pueden permitirse viajar al extranjero en estos tiempos. Y es que, queridos lectores, de perdidos al río. Si muchos de los votantes del PSOE se encuentran ahora en paro, otros tantos, han pasado hoy unas cuantas horas en las colas de las terminales o han vuelto a sus casas con sus billetes rotos. Tal vez así, desgraciadamente, este país despierte, aunque sea a cielo raso y con los reactores apagados. Porque quien lleva seis años practicando una política de arrastre, no puede provocar más que consecuencias como la de esta jornada o las que están por venir. ¿Qué será lo próximo? Cada cual recoge lo que siembra. Pero siempre lo pagan los mismos. Ha llegado la hora de un cambio de gobierno.
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