lunes, 27 de diciembre de 2010

VAYASE ZAPATERO, ERES UN CREPUSCULO

Crepúsculo

26 de Diciembre de 2010 - 11:52:58 - Luis del Pino

Editorial del programa Sin Complejos del domingo 26/12/2010
En un cementerio de St. Louis, en el estado americano de Missouri, hay una lápida que muestra, en uno de sus lados, las figuras grabadas de una rosa y de una cruz ortodoxa. En el otro lado de la lápida, el epitafio reza: "Las violetas de las montañas han roto las piedras". Es la tumba de Tennessee Williams, el que quizá sea el mejor dramaturgo del siglo XX y uno de los mejores de la Historia.
A lo largo de su vida, Williams escribió más de un centenar de obras de teatro, pero son los 14 años comprendidos entre 1947 y 1961 los que marcan el apogeo de su labor creadora. En ese período, Tennessee Williams nos dejó cinco obras maestras inolvidables: "Un tranvía llamado deseo", "La gata sobre el tejado de zinc", "De repente, el último verano", "Dulce pájaro de juventud" y "La noche de la iguana".
¿Quién no se ha emocionado con alguno de los personajes de esas obras? Resulta difícil no sentirse identificado con uno u otro de esos héroes de la derrota y de la infelicidad. Porque Williams es capaz como nadie de describir precisamente eso: la derrota. Casi todos sus personajes son encarnaciones del fracaso, personajes quebrados por la vida que terminan refugiándose en la locura, que perecen víctimas de una violencia desatada por ellos mismos o que resisten de manera heroica y resignada los embates de un destino que parece complacerse en destruirlos.
No es extraño que Tennessee Williams fuera tan buen retratista del fracaso, porque, a pesar del reconocimiento y el éxito que obtuvo, Williams comparte con sus personajes esa aceptada derrota ante la vida. A partir de la publicación de "La noche de la iguana", su carrera literaria comenzó un lento declive, mientras que Williams se sumergía en el universo del alcohol y de sus propios fantasmas.
En 1973, apenas doce años después de su último gran éxito, Williams acudió a la Universidad de Yale a dar una conferencia sobre su obra, ante una audiencia formada por alumnos de la escuela de arte dramático. Comenta Williams en sus memorias la indiferencia absoluta con que le regaló aquel auditorio, donde el único que parecía mostrar interés en lo que Williams decía era un perro negro que estaba sentado sobre las rodillas de uno de los estudiantes.
De nuevo, Williams es capaz de simbolizar como nadie el fracaso - en este caso, el suyo - recurriendo a la imagen de ese perro que parece el único capaz de empatizar con aquel dramaturgo borracho y acabado que está dando una conferencia sobre su obra a un conjunto de estudiantes que no sienten el menor interés por una vieja gloria.
Tennessee Williams , el ganador de dos premios Pulitzer, terminaría muriendo como hubiera podido hacerlo cualquiera de sus personajes: en la suite de un hotel de Nueva York, rodeado de frascos de barbitúricos. Aquella suite de hotel donde Williams pasó los últimos quince años de su vida tenía un nombre muy apropiado: la "Suite del Ocaso".
Williams es un perfecto ejemplo de aquellos versos de Góngora: "Aprended, flores, en mí lo va de ayer a hoy": resulta sorprendente la rapidez con la que pasó de las más altas cimas del éxito a ser ignorado por todos.
Quien también debe de estar pensando en aquellos versos de Góngora es ese presidente Zapatero que ha pasado, en un tiempo también brevísimo, de la cumbre de la fama a deambular ahora por la escena política como un auténtico muerto viviente. Un muerto viviente que despierta más irritación que miedo, incluso entre los suyos.
Pero el Zapatero crepuscular no podría contrastar más con el Tennessee Williams de la última época.
Porque, como Williams, Zapatero también es alguien acabado, pero sin haber tenido nunca la grandeza que el dramaturgo sí tuvo. Como Williams, Zapatero se mueve ahora entre la indiferencia de todos, pero sin haber gozado previamente de ese respeto del que el dramaturgo sí llegó a gozar. Como Williams, Zapatero pasea su decadencia por esa Suite del Ocaso llamada Palacio de La Moncloa, pero sin poder atemperar la conciencia de su fracaso con la memoria de éxitos pasados, que el dramaturgo sí experimentó.
Zapatero llegó al poder, como Williams a la cumbre del éxito teatral, de la mano de una catarata de hermosa palabrería. Pero las palabras de Williams encerraban un universo de belleza, mientras que las de Zapatero tan sólo disfrazaban una hueca y peligrosa fatuidad: allí donde Williams utilizaba la fantasía como herramienta de creación, Zapatero ha empleado hasta ahora la mentira como arma de poder.
Mientras que Williams se embarcó en una senda autodestructiva en la que sólo se hacía daño a sí mismo, la labor destructiva de Zapatero ha caído sobre los españoles como una plaga de langosta. Y es la Nación entera la que pasea ahora su decadencia achacosa ante los ojos del mundo, que asiste indiferente y desdeñoso a nuestras resacas políticas.
Tennessee Williams ya se había hecho, mucho antes de morir, un hueco en la Historia, como uno de los mejores dramaturgos de todos los tiempos. Zapatero pasará a la Historia también, pero como uno de los peores presidentes que haya tenido ningún país occidental.
Cuando Williams murió, trabajaba desde hacía tres años en una nueva obra teatral, titulada "Con máscaras extravagantes y austeras". Esa obra nunca llegará a representarse tal como Williams la imaginara, porque la dejó inacabada. Zapatero, el rey de las máscaras, forzado por las circunstancias a trocar la extravagancia por la austeridad, tampoco podrá ya nunca rematar su obra. Porque el tiempo de Zapatero, como el de Williams, se extingue. Pero se extingue sin grandeza.
Es imposible sentir hacia el declinante Zapatero la ternura que Williams suscita, por la misma razón que es imposible que Zapatero sienta hacia sus gobernados la misma ternura que Williams sentía hacia sus personajes.
Ni siquiera le quedará a Zapatero el consuelo de contar con un epitafio hermoso. Porque ninguna de esas violetas de las montañas que hablaban para Williams se dignaría jamás a dejarse conjurar por alguien que no las merece. Dudo de que haya alguien capaz de escribir nada inspirador, como epitafio político, acerca de un Zapatero que llegó al poder de la mano de la destrucción y lo abandona después de destruir cuanto ha encontrado a su paso.
Váyase en buena hora, señor Zapatero. No creo que nadie le llore, ni le eche de menos. Cualquiera de los personajes de Tennessee Williams es capaz de despertar - dentro de toda su desgracia, de toda su miseria, de toda su fallida humanidad - más afecto que usted.

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