Un grupo de controladores, ayer, en la entrada del centro de control de Son Sant Joan. DIARIO DE MALLORCA
ALBERTO MAGRO. PALMASupongo que lo que van a leer no cuadra con lo que les han contado. Que piensan que los controladores son solo demonios egoístas que chantajean a todo un país. Que ninguna circunstancia justifica que 2.000 profesionales paralicen las ilusiones del medio millón de personas que han perdido su vuelo, sus ahorros de un año para viajar a Nueva York, el nonagésimo cumpleaños de un abuelo que no celebrará muchos más, el nacimiento de un hijo, el último adiós a un padre, el reencuentro con esos amigos a los que hace años que no ven, el abrazo de una madre en las Antípodas o, simplemente, el placer de pasar unos días libres tras meses de trabajo sin tregua. Que piensan que lo ocurrido es inadmisible. Un chantaje. Un secuestro. Un sinsentido evitable que no debería haber pasado y que no puede volver a pasar.
Y probablemente tienen toda la razón. Pero aunque lo que vayan a leer no encaje con su indignación ni con el retrato de la bestia que la ira colectiva ha dibujado en 36 horas de catarsis aérea, merece la pena que lo lean. Y que piensen en ello. Quizá el que firma sufre el síndrome de Estocolmo de quien ayer mismo vio las caras descompuestas de los supuestos demonios y comprobó que son humanos. Controladores pero humanos. Humanos al límite. Madres de familia que engullen ansiolíticos para tragar las horas en las que España entera las ha vestido de terroristas. Hombres cuajados que pierden el cuajo y se desmoronan entre sollozos. Jóvenes de expediente brillante a los que se les ha esfumado la seguridad y el temple en los montes de Mallorca en los que pasaron la noche del viernes, escondidos como si en vez de Blanco les persiguiera otro gallego: el mismísimo Caudillo. Humanos acorralados al límite de sus nervios, incapaces de conducir un coche, no les digo ya de guiar un avión.
Porque en las últimas horas los controladores de Mallorca lo han sido todo: los secuestradores que ve el Gobierno, los chantajistas que perciben quienes aún hoy buscan su avión tras dos días durmiendo en el aeropuerto y los maquis que el viernes por la noche se tiraron al monte para evitar ser encontrados por la Policía Judicial. Aunque en realidad los controladores ayer solo eran humanos asustados, nerviosos, indignados. Gente como los dos protagonistas de esta entrevista extraña sin nombres ni apellidos, realizada en el escaso anonimato que hay a la puerta de entrada de un centro de control tomado por el Ejército .
Ambos son controladores. Él ha pasado la cuarentena y promete que esta es su última guerra: "Mi mujer me ha dicho que me presente hoy a trabajar y que dentro de quince días lo deje. Y creo que lo voy a hacer, porque esto no lo aguanto más". Ella, joven, elegante y llorosa, habla con la voz entrecortada: "Trabajé el jueves por la noche y llevo tres días sin dormir", explica, antes de comenzar una entrevista que se realiza a las 13.00 horas de ayer, con la huelga no declarada pero salvaje agonizando. "Se acabará pronto", dice él. "Yo no quiero parar –responde ella–. No quiero arrastrarme más ante este Gobierno. Lo que nos han hecho es propio de una dictadura".
—El país está paralizado. España es portada del ´New York Times´ y de los informativos de todo el mundo por el caos aéreo. 600.000 personas han perdido sus vuelos. Pueden ustedes acabar en la cárcel. ¿Por qué?
—[Comienza ella, muy nerviosa, al borde de las lágrimas] Es tal la barbaridad, tal la irresponsabilidad de este Gobierno que no podíamos hacer otra cosa. Llevamos meses advirtiendo de que se nos iban a acabar las horas, que había que buscar soluciones. ¿Y que propusieron ellos? [el Ministerio de Fomento y AENA, su empresa aeroportuaria] Nada. No aceptaron cambiar turnos, variar la planificación. Dijeron que no a todo lo que se les propuso después de que planteasen un decreto brutal que encima era absurdo: trabajamos 160 horas al mes y nos fijaron una jornada máxima legal de 1.670 horas. No hay que ser muy listo para saber que en diez meses nos quedábamos sin horas. Pero en esas manos estamos. Ese es el ministro que tenemos. Y cuando hace meses se dan cuenta de que su error es brutal no hacen nada. Ni cuando se lo decimos y ofrecemos opciones. Esperan a tomar una decisión brutal un viernes antes de puente, justo un viernes antes de un puente, no el miércoles, ni el viernes pasado ni el siguiente, aprueban otro decreto y nos elevan unilateralmente las horas. Cuando eso ocurre, ayer a mediodía, en la torre de control había gente trabajando que ya había consumido sus horas y seguía allí: el ataque de ira fue tal que fue incontenible.
—La reacción parece desproporcionada.
—[Habla ella]?¿Y qué podemos hacer? Nos han pisoteado diez meses sin querer negociar. Siempre hablan del dinero que ganamos. Pero en ocho meses ninguna de nuestras propuestas para solucionar el conflicto tenía que ver con el dinero. Ahora cuando se ven ante su error nos cambian el cómputo de horas. No podemos enfermar porque si te pones de baja tienes que recuperar las horas. No podemos tener hijos porque has de recuperar el tiempo de maternidad. No te puedes ir a enterrar a tu padre porque los tres días de permiso los tienes que recuperar. ¡Si estamos de vacaciones se nos considera en absentismo laboral! Lo que sí puedes hacer porque así lo deciden por decreto el viernes es trabajar 200 horas más al año. Y eso lo decides un viernes antes de puente después de llevar diez meses sin querer negociar, después de que hayamos desconvocado una huelga con la promesa incumplida de negociar. En Fomento sabían que podía pasar esto y la gente les ha dado igual. Nos han querido convertir en los secuestradores, pero nadie en su sano juicio hace lo que este Gobierno: ellos han secuestrado a los españoles. A mi me da mucha rabia ver a toda esa gente tirada en el aeropuerto. Yo he estado tirada con mis hijas y sé lo que se pasa. Pero también sé que llevo desde abril sin un día libre. ¡Mis hijas me piden que les ponga en el calendario qué día van a poder ver a su mamá! [Rompe a llorar] ¿Te puedes creer eso? ¡Que se lo tenga que poner en el calendario porque no tengo días libres! Hay muchas gente al límite, destrozados. ¡Hay seis parejas en el centro de control que se han divorciado por todo esto en los últimos meses!
—¿Cómo han vivido las últimos horas en el centro de control?
—[Habla él] La gente esta aterrada, nerviosa. Hay hombres llorando, mujeres que van de un lado a otro por el centro de control sin saber qué hacer. Y esta noche muchos la pasamos escondidos en un sitio en el monte, para evitar que nos localizase la Policía Judicial. Esta mañana decidimos venir.
—¿Son conscientes de lo que se juegan?
—[Vuelve a hablar ella, más nerviosa por instantes] Nos han amenazado con la cárcel, con embargar nuestro patrimonio. Acaban de entrar unos guardias civiles armados en la sala [donde estaban reunidos cerca de cien controladores de Palma] y han cogido a los compañeros que estaban de turno y los han arrastrado a sentarse en su puesto. Han entrado a saco como si se pudiera obligar a alguien a controlar el tráfico aéreo a punta de pistola. No puedo controlar nada a punta de pistola.
—[Interviene él] Se han llevado a trabajar a una chica que se ha pasado toda la noche con ansiolíticos. Ha bajado un médico y la ha mandado a dar un paseo.
—[Vuelve ella] ¿Cómo quieren que controlemos con un militar armado detrás? ¿Y si ocurre algo quién responde? Es una locura más de un Gobierno totalmente irresponsable. Sé que los españoles nos echan la culpa de todo, y de verdad, siento muchísimo lo que han pasado, pero no me siento culpable: es el Gobierno el que no ha querido negociar, el que nos ha chantajeado, el que nos secuestra y nos pone al límite. Blanco ha secuestrado a los españoles y a mi ya solo me queda mi orgullo. Me lo pueden quitar todo, el dinero, la libertad, todo, pero no me voy a arrastrar más.
—¿No temen que toda la razón que puedan tener se haya esfumado por su reacción brutal?
—[Habla él] Estoy convencido de que es lo que ha buscado el gobierno haciéndolo este viernes. Sabían hace tiempo que lo iban a hacer este viernes y no otro. Sabían lo que iba a pasar y querían usar de rehenes a los españoles ¿Qué podíamos hacer?
—Convocar una huelga en tiempo y forma.
—[Sigue él, que niega vehemente con la cabeza] ¿Para qué? ¿Una huelga con 100% de servicios mínimos? ¿Para que vuelvan con lo malos que somos y con que chantajeamos al Estado como cuando desconvocamos en agosto? Nos comportamos con responsabilidad, desconvocamos y luego se han negado a negociar. Así que, ¿ para qué? ¿Para que vuelvan a hablar de los 200.000 euros que no ganamos ni por asomo? ¿Para que digan que solo queremos dinero cuando llevamos meses sin hablar de dinero? No. Estoy dispuesto a ir a la cárcel, pero no me arrodillaré más ante estos caciques.
—¿Qué les dirían a los pasajeros que se han visto atrapados en este lío sin tener culpa de nada?
—[Sigue él] Pues que lamento profundamente que ellos sean quienes pagan por las burradas que hacen este ministro y AENA, pero estamos al límite. Nos gustaría resarcirlos y me gustaría que algún día se sepa la verdad de todo esto. Lo que se ha hecho con nosotros no se le ha hecho a ningún colectivo en este país. Nuestras familias están destrozadas.
—[Responde ella] Lo siento muchísimo pero no podíamos aguantar más meses sin librar, sin ver a nuestros hijos, sin saber cuándo tendremos vacaciones o si las tendremos, sin que nos hicieran caso para buscar soluciones. Esto es una dictadura.
Y probablemente tienen toda la razón. Pero aunque lo que vayan a leer no encaje con su indignación ni con el retrato de la bestia que la ira colectiva ha dibujado en 36 horas de catarsis aérea, merece la pena que lo lean. Y que piensen en ello. Quizá el que firma sufre el síndrome de Estocolmo de quien ayer mismo vio las caras descompuestas de los supuestos demonios y comprobó que son humanos. Controladores pero humanos. Humanos al límite. Madres de familia que engullen ansiolíticos para tragar las horas en las que España entera las ha vestido de terroristas. Hombres cuajados que pierden el cuajo y se desmoronan entre sollozos. Jóvenes de expediente brillante a los que se les ha esfumado la seguridad y el temple en los montes de Mallorca en los que pasaron la noche del viernes, escondidos como si en vez de Blanco les persiguiera otro gallego: el mismísimo Caudillo. Humanos acorralados al límite de sus nervios, incapaces de conducir un coche, no les digo ya de guiar un avión.
Porque en las últimas horas los controladores de Mallorca lo han sido todo: los secuestradores que ve el Gobierno, los chantajistas que perciben quienes aún hoy buscan su avión tras dos días durmiendo en el aeropuerto y los maquis que el viernes por la noche se tiraron al monte para evitar ser encontrados por la Policía Judicial. Aunque en realidad los controladores ayer solo eran humanos asustados, nerviosos, indignados. Gente como los dos protagonistas de esta entrevista extraña sin nombres ni apellidos, realizada en el escaso anonimato que hay a la puerta de entrada de un centro de control tomado por el Ejército .
Ambos son controladores. Él ha pasado la cuarentena y promete que esta es su última guerra: "Mi mujer me ha dicho que me presente hoy a trabajar y que dentro de quince días lo deje. Y creo que lo voy a hacer, porque esto no lo aguanto más". Ella, joven, elegante y llorosa, habla con la voz entrecortada: "Trabajé el jueves por la noche y llevo tres días sin dormir", explica, antes de comenzar una entrevista que se realiza a las 13.00 horas de ayer, con la huelga no declarada pero salvaje agonizando. "Se acabará pronto", dice él. "Yo no quiero parar –responde ella–. No quiero arrastrarme más ante este Gobierno. Lo que nos han hecho es propio de una dictadura".
—El país está paralizado. España es portada del ´New York Times´ y de los informativos de todo el mundo por el caos aéreo. 600.000 personas han perdido sus vuelos. Pueden ustedes acabar en la cárcel. ¿Por qué?
—[Comienza ella, muy nerviosa, al borde de las lágrimas] Es tal la barbaridad, tal la irresponsabilidad de este Gobierno que no podíamos hacer otra cosa. Llevamos meses advirtiendo de que se nos iban a acabar las horas, que había que buscar soluciones. ¿Y que propusieron ellos? [el Ministerio de Fomento y AENA, su empresa aeroportuaria] Nada. No aceptaron cambiar turnos, variar la planificación. Dijeron que no a todo lo que se les propuso después de que planteasen un decreto brutal que encima era absurdo: trabajamos 160 horas al mes y nos fijaron una jornada máxima legal de 1.670 horas. No hay que ser muy listo para saber que en diez meses nos quedábamos sin horas. Pero en esas manos estamos. Ese es el ministro que tenemos. Y cuando hace meses se dan cuenta de que su error es brutal no hacen nada. Ni cuando se lo decimos y ofrecemos opciones. Esperan a tomar una decisión brutal un viernes antes de puente, justo un viernes antes de un puente, no el miércoles, ni el viernes pasado ni el siguiente, aprueban otro decreto y nos elevan unilateralmente las horas. Cuando eso ocurre, ayer a mediodía, en la torre de control había gente trabajando que ya había consumido sus horas y seguía allí: el ataque de ira fue tal que fue incontenible.
—La reacción parece desproporcionada.
—[Habla ella]?¿Y qué podemos hacer? Nos han pisoteado diez meses sin querer negociar. Siempre hablan del dinero que ganamos. Pero en ocho meses ninguna de nuestras propuestas para solucionar el conflicto tenía que ver con el dinero. Ahora cuando se ven ante su error nos cambian el cómputo de horas. No podemos enfermar porque si te pones de baja tienes que recuperar las horas. No podemos tener hijos porque has de recuperar el tiempo de maternidad. No te puedes ir a enterrar a tu padre porque los tres días de permiso los tienes que recuperar. ¡Si estamos de vacaciones se nos considera en absentismo laboral! Lo que sí puedes hacer porque así lo deciden por decreto el viernes es trabajar 200 horas más al año. Y eso lo decides un viernes antes de puente después de llevar diez meses sin querer negociar, después de que hayamos desconvocado una huelga con la promesa incumplida de negociar. En Fomento sabían que podía pasar esto y la gente les ha dado igual. Nos han querido convertir en los secuestradores, pero nadie en su sano juicio hace lo que este Gobierno: ellos han secuestrado a los españoles. A mi me da mucha rabia ver a toda esa gente tirada en el aeropuerto. Yo he estado tirada con mis hijas y sé lo que se pasa. Pero también sé que llevo desde abril sin un día libre. ¡Mis hijas me piden que les ponga en el calendario qué día van a poder ver a su mamá! [Rompe a llorar] ¿Te puedes creer eso? ¡Que se lo tenga que poner en el calendario porque no tengo días libres! Hay muchas gente al límite, destrozados. ¡Hay seis parejas en el centro de control que se han divorciado por todo esto en los últimos meses!
—¿Cómo han vivido las últimos horas en el centro de control?
—[Habla él] La gente esta aterrada, nerviosa. Hay hombres llorando, mujeres que van de un lado a otro por el centro de control sin saber qué hacer. Y esta noche muchos la pasamos escondidos en un sitio en el monte, para evitar que nos localizase la Policía Judicial. Esta mañana decidimos venir.
—¿Son conscientes de lo que se juegan?
—[Vuelve a hablar ella, más nerviosa por instantes] Nos han amenazado con la cárcel, con embargar nuestro patrimonio. Acaban de entrar unos guardias civiles armados en la sala [donde estaban reunidos cerca de cien controladores de Palma] y han cogido a los compañeros que estaban de turno y los han arrastrado a sentarse en su puesto. Han entrado a saco como si se pudiera obligar a alguien a controlar el tráfico aéreo a punta de pistola. No puedo controlar nada a punta de pistola.
—[Interviene él] Se han llevado a trabajar a una chica que se ha pasado toda la noche con ansiolíticos. Ha bajado un médico y la ha mandado a dar un paseo.
—[Vuelve ella] ¿Cómo quieren que controlemos con un militar armado detrás? ¿Y si ocurre algo quién responde? Es una locura más de un Gobierno totalmente irresponsable. Sé que los españoles nos echan la culpa de todo, y de verdad, siento muchísimo lo que han pasado, pero no me siento culpable: es el Gobierno el que no ha querido negociar, el que nos ha chantajeado, el que nos secuestra y nos pone al límite. Blanco ha secuestrado a los españoles y a mi ya solo me queda mi orgullo. Me lo pueden quitar todo, el dinero, la libertad, todo, pero no me voy a arrastrar más.
—¿No temen que toda la razón que puedan tener se haya esfumado por su reacción brutal?
—[Habla él] Estoy convencido de que es lo que ha buscado el gobierno haciéndolo este viernes. Sabían hace tiempo que lo iban a hacer este viernes y no otro. Sabían lo que iba a pasar y querían usar de rehenes a los españoles ¿Qué podíamos hacer?
—Convocar una huelga en tiempo y forma.
—[Sigue él, que niega vehemente con la cabeza] ¿Para qué? ¿Una huelga con 100% de servicios mínimos? ¿Para que vuelvan con lo malos que somos y con que chantajeamos al Estado como cuando desconvocamos en agosto? Nos comportamos con responsabilidad, desconvocamos y luego se han negado a negociar. Así que, ¿ para qué? ¿Para que vuelvan a hablar de los 200.000 euros que no ganamos ni por asomo? ¿Para que digan que solo queremos dinero cuando llevamos meses sin hablar de dinero? No. Estoy dispuesto a ir a la cárcel, pero no me arrodillaré más ante estos caciques.
—¿Qué les dirían a los pasajeros que se han visto atrapados en este lío sin tener culpa de nada?
—[Sigue él] Pues que lamento profundamente que ellos sean quienes pagan por las burradas que hacen este ministro y AENA, pero estamos al límite. Nos gustaría resarcirlos y me gustaría que algún día se sepa la verdad de todo esto. Lo que se ha hecho con nosotros no se le ha hecho a ningún colectivo en este país. Nuestras familias están destrozadas.
—[Responde ella] Lo siento muchísimo pero no podíamos aguantar más meses sin librar, sin ver a nuestros hijos, sin saber cuándo tendremos vacaciones o si las tendremos, sin que nos hicieran caso para buscar soluciones. Esto es una dictadura.
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