jueves, 11 de noviembre de 2010

El "drama" de Zapatero no se explica sin los atentados del 11 M


10.11.10 |Archivado en Política, Democracia, Corrupción, España,
Zapatero tenía perdidas las elecciones del 2004, pero la explosión de los trenes
madrileños, todavía no aclarada, cambió el puñado de votos suficiente para
convertirle en Presidente. A partir de entonces, comenzó su mandato, la peor
tragedia para España desde la Guerra Civil de 1936.

El "Zapaterismo" no puede explicarse sin los atentados del 11 M, los más
sangrientos y conmovedores de la reciente historia de España. Aquellos atentados
no sólo lo convirtieron en un presidente elegido por el miedo, sino que crearon
en la conciencia española el vacío moral y el desasosiego político necesarios
para que el demoledor "Zapaterismo", con toda su carga corrosiva de la moral y
de la decencia, pudiera establecerse y prosperar.

Sin aquellos atentados, los españoles no hubieran soportado lo que Zapatero
trajo consigo: la instauración de la mentira como política de gobierno, el uso
del dinero público para comprar voluntades y votos, la ruptura de la igualdad en
España, el endeudamiento enloquecido, el despilfarro, el decaimiento moral,el
avance de la corrupción, la pérdida del prestigio internacional y una serie de
errores y de políticas nefastas que dieron al traste con la riqueza acumulada
por los españoles en las últimas décadas, convirtiendo al país en una inmensa
fábrica de parados y de nuevos pobres.

Hay un ejemplo en la Francia de inicios del siglo XIX, cuando el cónsul Napoleón
Bonaparte dominaba la vida política, que explica la casi nula resistencia de
España ante el drama que representa Zapatero. La historia es la siguiente:

A finales del año 1800, el gobierno consular había redactado un proyecto de ley
de tribunales especiales que pretendía hacer de la justicia un instrumento más
de opresión política. La opinión pública se puso en contra y Bonaparte y su
gobierno se asustaron y no se atrevían a aprobar la nueva ley. De repente, la
noche del 24 de diciembre los realistas explosionaron un artilugio infernal en
la calle Saint Nicaise cuando pasaba por allí la carroza del Primer Cónsul,
camino de la Ópera. Bonaparte resultó ileso, pero 60 personas resultaron muertas
o heridas. El atentado, primero en su género, causó una conmoción enorme en
Francia, además de pánico. En medio de la confusión general, Bonaparte logró
hacer aprobar la nefasta ley de tribunales especiales sin la menor dificultad.

La conclusión de aquella experiencia fue perfectamente captada y asumida por
Bonaparte: "Un atentado brutal provoca en la opinión un vacío y un miedo que
permite que las medidas gubernamentales más ignominiosas y las leyes más
execrables puedan pasar tan furtivamente como el contrabando por las narices de
aduaneros dormidos".

Durante algunos meses, la conciencia social francesa fue incapaz de reaccionar,
pero después lo hizo con entereza e indignación. Algunos acusaron al gobierno de
haber provocado el atentado y muchos historiadores confirman que aquellas
acusaciones pudieron ser ciertas. Es un hecho que el siniestro Fouche, por
entonces ministro de la policía, instruyó a los gendarmes revolucionarios
franceses en el por entonces nuevo y tenebroso arte de los atentados terroristas
prefabricados, que irrumpen en el momento oportuno para aterrorizar a la
opinión.

Bonjamín Constant publicó un libro en 1814, después de la caída de Napoleón ("De
l' esprit de conquête el de l' usurpation, dans leurs rapports avec la
civilisation européenne"), en el que advertía a los ciudadanos de los peligros
que amenazaban a la civilización bajo los nuevos gobiernos surgidos tras la
Revolución.

El "Zapaterismo", cuyo gobierno en España ha estado cargado de cambios y de
medias execrables, ha sido soportado por los españoles con una cobardía
indescriptible, quizás como consecuencia del estupor y el miedo producidos por
los trenes destruidos por las bombas y los cadáveres ensangrentados de Atocha.

Sin embargo, la misma historia demuestra que, una vez pasado el efecto
paralizante del miedo y del estupor, las defensas se restablecen, la moral ocupa
su espacio natural en la conciencia de la población y los opresores se ven
obligados a retroceder y a abandonar su sucia labor de destrucción.

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